miércoles, 14 de enero de 2009

MAD MEN

En un blog de publicidad que se precie no puede faltar una reseña a la única serie de publicistas que ha existido y que, por desgracia, existirá.
Ya que me siento vago y el original es obra de un blogger que escribe mejor que yo (solo un poco, eh? no os vayais a creer :D) hago copy&paste del blog de ESPOILER

Mad Men es como ver
a un perro tocar el piano

Fue la serie más premiada en los Globo de Oro, pero no tiene ni el 5% del éxito de Lost, o Heroes. ¿Por qué Mad Men es tan buena?
HERNAN CASCIARI - 06 de febrero, 2008
Comentarios - 40

Un grupo de publicistas varones, en el inicio de la década del sesenta, prepara una publicidad sobre un lápiz labial. Entonces, gran idea: los creativos reúnen a todas sus secretarias en una habitación y las dejan a solas con docenas de cosméticos, para espiar qué hacen las mujeres con el producto, de qué modo actúan, qué escogen. Ellos están del otro lado de una cámara de gesell (un espejo falso).

En ese universo masculino y libreta en mano, los publicistas apuntan las reacciones de las chicas sin que ellas lo sepan. Como si las damas fuesen chimpancés, o ratas de laboratorio.

Esta escena corresponde al episodio sexto de Mad Men, una serie que cumple un objetivo alucinante, original y antropológico: explicarnos qué disparatadamente distinto era el mundo hace unos pocos años, y ver de qué forma reaccionamos.

¿Qué tan lejos puede quedar 1960? Si todavía hoy escuchamos a Elvis, y a Los Beatles, y los llamamos contemporáneos. Si nuestros padres fueron jóvenes en ese tiempo, y siguen aquí sin mayores trastornos. En Mad Men, sin exclamaciones ni panfleto, nos cuentan que 1960, esa época que parece estar a la vuelta de la esquina, era un planeta salvaje.

Fumando espero

La gente fuma en los trenes, en los restaurantes, en las horas de trabajo, en el descanso para comer y mientras mastica el almuerzo. Las mujeres, sobre todo, fuman como sapos enloquecidos. El mundo entero fuma delante de los niños y de los ancianos.

Son los tiempos en que, por primera vez, la publicidad descubre que un candidato a la presidencia puede venderse de la misma forma que un perfume o un coche. Hoy es lo común, pero hace no tanto aquello era una revolución.

Mad Men, para que nos entendamos, tiene los mismos objetivos que la serie española Cuéntame: su razón de ser es que el espectador se transporte a los años sesenta, pero no a sus grandes epopeyas sino a su cotidianeidad, a sus rutinas. Sin embargo, la diferencia es que Cuéntame hace pie en la evolución familiar, mientras que Mad Men se sustenta en la relación entre los géneros femenino y masculino.

Lo interesante del asunto es que, por primera vez, no hay aquí panfleto feminista. ¡Qué bien le hace eso a la historia! No notamos, detrás de las cámaras de Mad Men, a una de estas directoras de cine actual que están dispuestas a reivindicar sus derechos asesinando la trama. Lo contrario. Aquí la trama está por encima de la propaganda sexista, o antisexista, o los diferentes matices de esta idiotez.

Macho y hembra

Lo que un espectador machista dice al ver esta serie, lo que dice en voz alta, es más o menos esto: “Mierda, cómo avanzaron las mujeres en cuarenta años”. Pero lo que un machista siente, y no dice, es esto otro: “Caramba, ¿y de qué se quejan ahora?”.

Una espectadora feminista que ve Mad Men dice en voz alta: “Mierda, cómo han cedido terreno los hombres en cuarenta años”. Pero lo que piensa, y no dice, una feminista al ver la serie, es: “Caramba, está claro que quejarse funciona, sigamos así”.

Las demás personas, los hombres y mujeres que nunca han sido machistas ni feministas, miran Mad Men con la boca abierta y no dicen nada porque lo más probable es que estén disfrutando de la serie como cerdas y cerdos.

Intenten ustedes mismos averiguar dónde está la gracia de Mad Men, la obra que nos sorprendió a todos en los últimos Globos de Oro, llevándose la palma a la Mejor Serie del año y el premio al Mejor Actor, Jon Hamm. ¿Qué tiene de bueno esta producción de trece episodios? ¿Por qué hay que verla ahora mismo?

Parece una cesta de besos

Como si fuésemos chipancés, o ratas de laboratorio, Mad Men nos pone en una habitación con espejo falso y nos observa reaccionar a los estímulos del medio. Según cómo resistimos a la trama seremos machistas, feministas o personas (y personos). Mad Men apunta en su libreta nuestros gestos, dónde nos reímos, en qué momento nos enfadamos, en que escena pensamos que la vida era mejor entonces; todo queda registrado.

Somos como esas veinte secretarias del episodio sexto. Como esas chicas probándose lápiz labial sin saberse conejillos de indias. En esa escena, una de las chicas, sólo una de entre muchas, no se prueba ningún cosmético, ni parlotea ni ríe, como hacen las demás.

Una de ellas se queda impasible, mira el cubo de la basura lleno de servilletas de papel con labial femenino, y dice en voz alta: “Parece una cesta de besos”. Los publicistas, que la escuchan, alucinan.

Más tarde, en el bar, los publicistas recuerdan la hora de trabajo de este modo:

—¿Has visto esta mañana lo que ha dicho Peggy?

—“Parece una cesta de besos” fue lo que dijo.

—¿Te das cuenta? Ella vio el beneficio, no la característica. Mientras todas las gallinas estaban ocupadas arrancándose las plumas, Peggy vio más allá.

—Interesante…

— Fue como ver a un perro tocar el piano.

¿Y cómo hago para ver esta serie?

1 comentario:

Anna Soler Chopo dijo...

esto es un hacker y lo demás son tonterías